Este poeta, narrador,
dramaturgo, periodista y diplomático guatemalteco, ganador del Nobel de
literatura en 1967, es considerado uno de los grandes protagonistas de la
literatura hispanoamericana del siglo XX.
Es
imposible leer a Miguel Ángel Asturias y no sentir el embrujo de sus letras y
el ritmo de sus palabras. Libros como El
Señor Presidente, Hombres de Maíz,
El Hombre que lo Tenía Todo Todo Todo y Mulata de Tal son tan mágicos y apasionantes que uno termina por
darle la razón a quienes, en 1967, le otorgaron el premio Nobel de Literatura. De
hecho, a Asturias se le atribuye la creación del Realismo Mágico, estilo
literario que luego cultivarían autores como Gabriel García Márquez, Alejo
Carpentier y Julio Cortázar, entre otros.
Aunque
Miguel Ángel nació en la ciudad de Guatemala, el 19 de octubre de 1899, cuando
cumplió cuatro años su familia se trasladó a Salamá, donde tuvo su primer
contacto con la cultura indígena, los telares, la piedra y el barro. “Ahí
aprendí la magia de mi país, las voces de mi país”, declaró el escritor. Lejos
estaba aquel niño de imaginar que muchos años después, cuando ya era un
escritor famoso, algunas comunidades indígenas lo nombrarían “el Gran Lengua”,
en alusión a los antiguos contadores mayas de historias, que antiguamente las
leían interpretando pinacogramas (códices) pintados en papel de amatl y cuyo
significado solo ellos conocían.
Como
estudiante, Asturias egresó de la Universidad de San Carlos de Guatemala,
Asturias obtuvo el título de abogado con la controversial pero aclamada tesis
“El problema social del indio”. Luego de ello fundó y dirigió la Universidad
Popular, en 1922. Ya en ese entonces empezaba a escribir, a recuperar su pasión
por lo indígena y a reinterpretar el Popol Vuh en sus relatos.
Luego
partió a Europa, donde vivió intensamente los movimientos artísticos y los sucesos
que la transformaban. Los años en París fueron ricos en experiencias: ahí,
Asturias conoció a grandes escritores y se empapó del surrealismo francés. Ya como
miembro de “Prensa Latina” realizó varios viajes a Venecia, Egipto, Rumania,
Grecia, Damasco y Cuba.
Asturias
es considerado como el precursor del auge hispanoamericano gracias a su
experimentación con estructuras y recursos formales propios de la narrativa del
siglo XX. Sus libros se insertan en la vanguardia literaria y abarcan géneros
diversos, temas folclóricos y políticos, sugestiones mágicas, barrocas y de
sorprendente fuerza imaginativa. Para comprender su obra es necesario tomar en
cuenta la profunda influencia que en él ejercieron la cultura maya y la vida
europea. En sus relatos está arraigada la cosmovisión de un mundo asentado en
un profundo y auténtico pensamiento mágico. Por otro lado, el surrealismo es la
otra fuerza que influye y marca su escritura.
El embajador literato
Asturias regresó a
Guatemala en 1933, y durante el período revolucionario de 1944 a 1954 desempeñó
varios cargos diplomáticos: Embajador de Guatemala en El Salvador y París, así
como agregado cultural en México y Argentina. En 1966 ganó el Premio Lenin de
la Paz y en 1967 le otorgaron el Premio Nobel de Literatura.
Tras participar
activamente durante los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, el Gran
Lengua se traslada a Chile, en donde vive durante muchos años y entabla
profunda amistad con el poeta Pablo Neruda. Tristemente para Asturias, su
traslado es parte de un largo exilio derivado de su participación en los
gobiernos antes mencionados.
Escribe la “Trilogía
bananera” obra que representa una vibrante protesta contra la invasión del
imperialismo a Guatemala, y su fama lo hace viajar por India, China, Francia,
Rusia, Italia. Sus conferencias llenan auditorios: multitudes de distintas
nacionalidades, sedientas de conocer la obra del ilustre maestro literario, se
conglomeran en cada cita, en cada ciudad, en cada país que Asturias visita.
Los últimos años de
su vida están llenos de viajes, premios, reconocimientos y publicaciones que dan
a conocer su destacada trayectoria y su importante obra. Asturias murió en
Madrid, el 9 de junio de 1974, pero sus restos reposan en el cementerio de Pere
Lachaise, en París.
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